Es muy difícil si no imposible distinguir los pueblos celtas o gaélicos entre los primeros grupos de indoeuropeos que penetraron en la Europa occidental y central. Sin embargo, es prácticamente seguro que participaron, junto a otros pueblos, en la rápida y espectacular expansión de la Cultura de los Campos de Urnas del siglo XIII adC, protagonizándola en la Europa occidental. En esta primera oleada, descendieron por la margen derecha del Ródano, ocupando Languedoc, Cataluña y el bajo valle del Ebro. Otra línea de expansión celta los llevó a Bélgica y el sureste británico.
Julio César ya había luchado contra ellos durante su conquista de la Galia y, con el tiempo, los romanos les arrebataron también sus dominios británicos e ibéricos. A finales del Antiguo Imperio Romano, los celtas tan sólo ocupaban partes del noroeste de Francia, Irlanda, Gales y algunas zonas de Escocia. Durante el transcurso de la Edad Media, reforzaron su control de Escocia e hicieron varios intentos de ampliar su territorio en Inglaterra.
A partir del siglo VIII adC, los celtas participaron junto a los ilirios de la cultura de Hallstatt (Hierro-I), extendiéndose en esta fase por el interior de la Península Ibérica (siglo VII adC). En el siglo VI adC compartieron, sin embargo, el noreste ibérico con los íberos. Así, los celtas de Iberia iniciaron un desarrollo paralelo al de sus compatriotas continentales.
Desde el siglo IV adC los celtas continentales inauguran la cultura de La Tène, específicamente celta (Hierro-II). En esta fase, los celtas acabaron de ocupar el norte y centro de Francia (la Galia), el norte de Italia, así como la mayor parte de las islas británicas. También se extendieron por los Balcanes, alcanzando incluso una comarca de Asia Menor, que será conocida como Galatia. En esta época se construyen importantes villas fortificadas (lat. oppidum; pl. "oppida"), que sirven de centros comerciales y políticos. Es también en este período cuando el druidismo, descendiente de los antiguos cultos megalíticos de Gran Bretaña e Irlanda, se introduce entre los celtas de las islas, pasando posteriormente al continente.
A partir del siglo II adC, los celtas acusan la creciente presión militar de los germanos por el norte y, algo después, la de los romanos por el sur. En pocas décadas toda la Galia está ocupada por los romanos. La presencia romana en Gran Bretaña fue de escasa duración, lo que permitió a las lenguas celtas de esta isla (galés) sobrevivir y, más tarde, regresar al continente (Bretaña francesa).
Todavía en el siglo VII dC los celtas llevaron a cabo su quizá última expansión: los escotos irlandeses invadieron Caledonia, región que pasó a ser llamada Escocia.
Entre los restos arqueológicos celtas destacan los castros y los petroglifos, ue se encuentran con frecuencia en el noroeste de la Península Ibérica.
Los pueblos y cultura célticas tuvieron una fuerte presencia, documentada por Plinio y otras fuentes, como el Leabhar Ghabhál Érenn, en el noroeste de la Península, en lo que es hoy la actual Comunidad Autónoma de Galicia, y Portugal, Norte de la península Asturias , y en la meseta norte Castilla y León.
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